España. Escritor, conferenciante, profesor titular de español e historia. Reside en Dinamarca desde 1994. Ha publicado numerosos libros de español/LE (Espacios, 2003; La lengua de las mariposas, 2006; Gramática Básica, 2012), ensayos sobre literatura y sociedad española o el libro de cuentos, El esquiador de fondo (2014). Es autor asimismo del poemario Invariablemente (inédito). En la actualidad trabaja en una antología literaria de autores españoles que viven fuera de España y en la redacción de una novela.
La escritura como resistencia. Vivir desde otra lengua.
Tenía tres comienzos y ningún final para esta charla. Mi editora me ha dicho que ese es mi problema como escritor, y ha subrayado lo de escritor, porque conoce bien otras facetas de mi vida.
«Eres como un amante tántrico que dejas el lecho y a la amada justo antes del clímax», sentenció, no sé sin con ánimo de seducirme o en un arranque de sinceridad y hartazgo. «A ver cuándo conviertes algunos de tus cuentos en una novela. Sigue» –me ha suplicado.
Sus palabras han provocado en mí desconcierto y zozobra y temo que una vez más volveré a decepcionarla. Tres comienzos, digo, y ni siquiera son cuentos como pensaba.
El primer comienzo, mi primer texto incompleto, se propone una reflexión sobre lo que yo entiendo por mi escritura; el segundo comienzo, nuevo texto consecuentemente cercenado, son fragmentos de mi último libro El esquiador de fondo, ejemplo, creo yo, de literatura de resistencia, escrita, y antes vivida o soñada, desde otra lengua; el tercer comienzo es un esbozo de un proyecto iniciado con la escritora argentina Esther Andradi y que lleva por título (robado) Vivir en otra lengua, antología de escritores españoles dispersos (o escondidos, perdidos, mimetizados) por Europa. Los tres textos (o embriones de texto) pivotan en torno a un mismo eje: La escritura como resistencia y la marginalidad –la autoexclusión–, como una elección voluntaria para instalarse a ver el mundo y enunciarlo, escribirlo para poder vivirlo –y no al revés–, con esa luz que brilla pero que está siempre al costado, sivuvalo, lo llaman los finlandeses.
Mi primer comienzo (de los otros dos tengo que prescindir en este resumen) dice así:
«Creo que escribo desde la muerte o desde un simulacro de ella. Es sólo una intuición porque nunca he estado muerto. Al menos no tengo conciencia de ello. Me senté a la mesa y me puse a escribir con la única intención de hacerme entender y de hacer entenderme este pensamiento absurdo que acabo de enunciar. He pensado o se me ha ocurrido (¿no es eso pensar?) que escribir desde la muerte, o más bien desde la libertad que ese simulacro de muerte concede al que la experimenta, genera una pausa interior intensísima que permite aprehender un momento, diseccionarlo, extenderlo; y que proporciona una sensación como de descomposición de estampas, donde una vivencia mínima, expandida en el tiempo, queda apropiada para siempre en la memoria de la escritura (la única memoria), enriquecida o alterada por una sucesión desordenada de vivencias. Es la paradoja de morir (o dejarse morir) para vivir, vivir en los momentos de muerte. Escribir como resistencia a la vida –la otra vida– desde fuera, desde lejos, desde otra lengua…»
Y ahí, abruptamente, se paró el fragmento –la inspiración, el tiempo, las ideas, el espacio exacto para que quepa el texto en esta sección–, justo en ese instante en que desde mi escritorio veo pasar a ese amante tántrico abandonando sigilosamente la escena del placer, la mirada atónica de la mujer yacente, la música de new age entonando agónicamente un om interminable.
Fotografía©Lorenzo Hernández