Invitado 2015
España. Su poesía, fuera de las corrientes al uso, se inicia en un peculiar compromiso, evoluciona hacia la vanguardia y culmina en el simbolismo con Cabeza de lobo para un pasavante, Invención del enigma, El mar o la impostura y Ocupación de la ciudad prohibida. Autor de relatos poéticos de cuidadísima prosa y originalidad, La travesía y De una edad tal vez nunca vivida. Cuenta con una obra importante de semiótica y crítica.
Exilio y literatura
En todas las épocas y por motivos diversos las gentes han emigrado, voluntariamente o no, de un lugar a otro. En la historia moderna de los países hispánicos se han producido exilios importantes empujados por cambios de sistemas políticos de uno u otro signo. España, Cuba, Argentina, Chile… Los intelectuales, y los escritores en particular, han llevado los sentimientos de exiliados a la literatura, tanto en los últimos decenios como en la antigüedad, y los nombres de Luis Cernuda o Juan Gelman, por ejemplo, pero también los de Ovidio o Séneca, son evidentes. Una duda surge cuando nos preguntamos qué es lo que pervive de todo ello y qué es lo que nos debe preocupar. Las situaciones personales y nacionales son dolorosas, pero sólo el testimonio perdura y afecta a la historia de la literatura. El exilio se convierte en una estrategia de escritura no necesariamente ligada a experiencia política alguna. Sobre la experiencia comunitaria del trasterramiento, se eleva la individual del extrañamiento y éste es sentir propio de todo intelectual, ideológicamente.
Incluso puede el exilio resultar beneficioso para la historia cultural de un pueblo. La huida de muchos liberales españoles durante el primer tercio del siglo XIX, ante el totalitarismo del rey Fernando VII, permitió, al regresar, que penetrasen en la nación las ideas éticas y estéticas del Romanticismo. En sentido contrario, la llegada de exiliados republicanos a México a partir de 1939 facilitó la modernización de aquel país.
El escritor exiliado puede caer en un provincianismo sentimental o trascender el dolor propio o comunitario hasta expresar sentimientos generales humanos. No es entonces tanto la experiencia lo que importa, sino la capacidad de textualizar, de construir una obra literaria sobre la que cualquier lector pueda proyectarse. Sirva de ejemplo el caso, no de una exiliada, sino de una persona oculta, escondida, Ana Frank. Muchos niños y adultos sufrieron como ella, mas si la recordamos no es por el sufrimiento, sino por su escritura, con la que supo testimoniar el horror de la espera durante las persecuciones nazis.
Eduardo Nicol, un pensador español que se exilió en México, escribió en 1953 un libro titulado La vocación humana, en el que expone bien el peligro del localismo sentimental, por exacto y duro que éste sea. “Mientras uno se queda en la auto-contemplación —dice—, el propio ser se le hace siempre problemático; y cualquiera que sea el sentido de esta experiencia en la vida individual, es maligna para la vida de los pueblos”. Si el pensamiento español, por ejemplo, consiguiera “abrir un camino propio en la maraña de las doctrinas vivas y universales”, si lograse “proponer teorías nuevas y verdades propias, España será en esas verdades y teoría nuevas, mucho más que en la continuación de esa filosofía de la propia circunstancia, que es un asunto doméstico y no universal”. Y es que en la auto-contemplación y en la anécdota, por dolorosa que ésta sea, radica el peligro del escritor transterrado.
Fotografía©Lorenzo Hernández